Alfonso X, rey de Castilla y León (1252-1294), caracterizado a menudo como «emperador de la
cultura» por la riqueza y variedad de su mecenazgo de las ciencias, el derecho, la historia, la
poesía, la música, la miniatura, la arquitectura y más, fundó y patrocinó también un gran taller de
trabajo, el justamente famoso scriptorium, para la elaboración sistemática de manuscritos
destinados a conservar y perpetuar los avances en los saberes representados en los magnos proyectos
que dirigía. A medida que se iba realizando su programa de verter en lengua castellana la sabiduría
clásica (en lenguas árabe, latina, hebrea) de los diversos campos que le atraían como intelectual,
Alfonso iba ganando cada vez más renombre para sí mismo, y para sus reinos, en la Europa del siglo
XIII.
Curiosamente, en el conjunto de las obras denominadas «alfonsíes», son las poesías en lengua
galaico-portuguesa de sus Cantigas de Santa María en donde más se espeja personalmente el Rey
Sabio. En ellas se proyectan más facetas de su personalidad; en ellas dedica más espacio a su propio
quehacer artístico tanto en los textos como en las miniaturas todo lo cual hace de las Cantigas su
obra más autorreferencial; y en ellas se deja ver con despejada claridad su cara de pecador ante la
Virgen María, abogada de la tan deseada como esperada salvación.
El tema de Alfonso X como pecador y protagonista de las Cantigas, bien explotado, podría
dilucidar -mejor que en las demás obras suyas- grandes áreas de la intimidad de este mecenas, tan
devoto de María. A pesar de ser rey, y a pesar de perseguir durante dieciocho años (1257-1275) la
corona del Sacro Imperio Romano, él quiere retratarse en las Cantigas como un pecador más
entre los vasallos de Dios y de María. Desfilan por las páginas de las más de 360 narraciones de
milagros marianos un gran número de pecadores avalados por María en sus «coitas». Pero ninguno
aparece en sus pergaminos con la misma frecuencia de la figura del rey-trovador de María que, con
toda probabilidad, concibió estas Cantigas como prueba activa de su religiosidad y de su
especial devoción a la Madre de Dios en su campaña por asegurarse el privilegio de poder verla en el
paraíso.
Una colección de tanta envergadura no sería fácil de organizar y supervisar. Alfonso tuvo que
reunir un gran número de repertorios mariales ibéricos y transpirenaicos entre los conocidos en la
época y, luego, ir seleccionando los miragres por incorporar a su obra. Una colección tal,
destinada a elaborarse en su scriptorium con el máximo esmero, no se hace en poco tiempo, y
en su realización -que se desarrolla en tres etapas o «ediciones»- Alfonso consume unas tres
décadas. Aun así, a la hora de su muerte en 1284, la versión «definitiva», hoy denominada Códice
Rico, queda trunca y dividida en dos partes: el ms. T.I.1, de El Escorial, y el ms. B.R.20, de
Florencia.
Al ir incorporando cada vez más miragres acaecidos a sí mismo o a miembros de su familia,
y al haber mandado que para redondear cada grupo de diez milagros apareciera una cantiga de loor
original (para éstas no hay fuentes conocidas), es evidente que el cancionero marial que se produce
en lengua galaica en el scriptorium alfonsí no es como los otros. Lejos de serlo, Alfonso X
logra crear -brillante e irrepetible- un marial al que se ha incorporado una suerte de autobiografía
de la espiritualidad mariana de su mecenas, una coherente narrativa de un trovador cuyo servicio a
su dama, a la Virgen María, es entusiasta y marcadamente celebrativo.
¿Cómo lo hace? Si en la primera cantiga-prólogo nos informa su compositor, hablando en tercera
persona, de que Alfonso este livro [...] fez a onrr' e a loor da Virgen Santa María, en que ele
muito fia y quien dos miragres seus fezo cantares e sões, saborosos de cantar, ya
tenemos un testimonio del motivo que respalda la creación de esta colección de canciones para
ensalzar a la Virgen a la vez que una confirmación de la activa participación personal del rey
trovador en su elaboración poético-musical.
En el segundo prólogo, cuando se inviste trovador el «yo» del propio rey-poeta Alfonso, sale
arropado de poeta profano -al estilo provenzal- pero a punto de convertirse en poeta mariano. Toma
la palabra este «yo» poético para narrar y ensalzar los bëes y mercees de la
Virgen, en cuyo servicio quiere entrar para luego poder merecer el «don» que ella da a los que ama.
Nada más tomar la palabra este novel trovador de María, se le presenta el nudo gordiano del empeño
artístico que tan alta empresa le impone: afirma que el ben trobar exige dos cosas que teme
no poseer en cuantía suficiente: «razón» y «entendimento». Pero se dedica a intentarlo en estos
miragres y loores: provarei a mostrar ende un pouco que sei, poniendo toda su confianza
en Dios.
Así llega al grano: E o que quero é dizer loor da Virgen [...] e por aquest´ eu quero seer
oy mais seu trobador, e rogo-lle que me queira por seu trobador e que queira meu trobar
reçeber. Esta actitud sumisa y humilde de precador o suplicante, se complementa en la pauta
trovadoresca con servicios particulares a la dama amada, y este trovador «a lo divino» explicita que
su servicio se cifrará en mostrar las infinitas y milagrosas mercees que nos hace la Madre de
Dios. De este modo quedan recontextualizados todos los milagros marianos de las Cantigas del Rey Sabio, buscados en
tantas misceláneas de sus hazañas, relanzados aquí como servicio de un trovador novel de la Virgen,
ni más ni menos que el rey-poeta (investido más que disfrazado) Alfonso X.
Pero es más. Este segundo prólogo es también la palinodia del poeta profano. Dice el «yo»
poético: ar querrei-me leixar de trobar des i por outra dona, e cuid´ a cobrar per esta
[la Virgen] quant´ enas outras [las terrenales] perdi. El poeta de antes, cantando las
hermosuras terrestres de aquellos amores humanos, nos está pormenorizando la experiencia de su
cambio radical, cual conversión. Su rededicación es señal de una nueva vida poética, brindada hasta
donde alcance al servicio de una dama leal, una que no falla nunca a los que ama y la aman
lealmente.
Tal servicio a lo divino merecerá también un galardón congruente con el servicio. Para el poeta
laico de antes, el galardón podría ser la rendición ante su amor del objeto de su deseo. A lo
divino, como nos recuerda el trovador de las Cantigas, sólo a Deus ben semella tal
drudaria» mística (cantiga 419). El galardón que le corresponde al trovador de la Virgen es
otro, es la mediación de María ante Dios en la salvación del alma: el gualardon com´ ela dá
aos que ama. Y para llamar más la atención divina al servicio ofrecido, su «mostrar» los
miragres y loores en los que María intercede a favor de los pecadores, el trovador se empeña
en destacar la influencia que éstos tienen y tendrán en aumentar la devoción mariana. Termina
Alfonso X su auto retrato como el «yo»-poeta con esta promesa: que cualquier pecador que sepa de las
mercedes de María en estas narraciones y loores por ela mais de grado trobará.
Así constituido, el «yo»-narrador marca las pautas para la futura recepción de las Cantigas, o
cantadas en su corte o en diversas iglesias o catedrales al celebrarse las fiestas marianas. Al
compilar y organizarlas en el bellísimamente miniado Códice Rico, en el que sus miniaturistas no se
cansan de retratarle en actitudes de loar a su domna espiritual, Alfonso X sella doblemente su
autoría real (parcial) y conceptual (total) de esta -en palabras de Menéndez y Pelayo- "biblia
estética del siglo XIII".
Estamos claramente dentro de esta recontextualización de las cantigas en la obra alfonsí cuando,
por ejemplo, nos exclama este mismo «yo» en la cantiga 10, de loor:
Esta dona que tenno por Sennor
e de que quero seer trobador,
se eu per ren poss´ aver seu amor,
dou ao demo os outros amores.
(Esta donna que tengo por Señora
y de quien quiero ser su trovador,
si pudiera gozar de su amor,
daría al diablo mis otros amores.)
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Lo mismo se dirá al encontrar en la cantiga 132 esta declaración: Quen leixar Santa Maria
por outra, fará folia. O cuando, en la cantiga 260, también de loor, el trovador de María se
dirige a sus colegas poetas con esta queja: Dized´, ai trobadores, a Sennor das sennores,
porqué a non loades?.
En las muchas apariciones del «yo»-narrador a lo largo de las Cantigas alfonsíes, éstos y
otros aspectos del quehacer trovadoresco son realzados con certeras pinceladas. A la luz del marco
narrativo establecido en el segundo prólogo, la persona poética del Alfonso X va cantando y
musicando los sões de estas composiciones marianas. Pero ni su ser rey ni su ser devoto
trovador de la Virgen María le perdonan su ser también pecador, el haber nacido, como todos, hijo de
Eva. Alfonso X busca la más segura salida de esta situación y, apostando por el amor a María -quien
nos ofrece la contrabalanza de Eva- y haciendo de ese amor y de su devoción mariana un récord
público tan literario (como incumbe a un ser poeta), crea las Cantigas de Santa María como
testimonio de su fe.
Ruega a menudo a Dios y a María que non catedes a como pecador sõo (cantiga 402),
pero que sí consideren su amar y trobar a la Virgen como merecimientos para alcanzar a verlos en
parayso. Ha sabido siempre el trovador que las excelencias de María no tienen número y que su
empresa, por magna que pueda llegar a ser, siempre quedaría trunca. Se le ocurre escribir, por
ejemplo, en la cantiga 400, que non tenno que dixe ren [nada]. Y es que su servicio a
María tiene límites humanos, temporales. Pero aun así -y así se lo dice- este serviço debe
merecerle el deseado galardón: E queredes que vos veja ali u vos sodes, quando me for daqui
(cantiga 402).
El trovador-rey-pecador termina convirtiendo a todos los narratarios de su obra1 en
"trobadores da Virgen". Su visión es ampliamente universal para su sociedad y su tiempo: en un
panorama casi al final del cancionero (cantiga 409) reúne a reyes, emperadores, oradores,
religiosos, caballeros, dueñas honradas, doncellas, escuderos, burgueses, ciudadanos, aldeanos,
menestrales, campesinos, mercaderes y, en fin, toda la gama de tipos y clases sociales. Y los reúne
para que, junto a él, com´ irnãos, todos alçand´ as mãos, con corações sãos, en esto companneiros
deven seer obreiros, loand´ a Virgen santa, que o demo quebranta por nossa amparança. Y el
estribillo bajo el cual todos celebran este amor a María sigue siendo marcadamente musical:
Cantando e con dança
seja por nos loada
a Virgen corõada
que é noss´ asperança.
(Cantando y bailando
sea por nosotros loada
la Virgen coronada
que es nuestra esperanza.)
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La invención, o representación, del trovador «a lo divino» para dar a sus Cantigas
coherencia narrativa, y su consiguiente integración en la obra como pecador suplicante de los
favores de María y como poeta-loador de sus mercees y miragres, nos está ofreciendo
hoy -siete siglos después de su realización- una maravillosa oportunidad de conocer a un Alfonso X
retratado como él mismo quisiera verse: en la forma arquitectónica que da a la obra, en su
figuración como trovador-protagonista de la recontextualización de tan rico tesoro de narraciones
marianas, y en su presencia iconográfica como devoto de la Madre de Dios en sus preciosas
miniaturas.
Joseph T. Snow, Michigan State University (USA)
1Receptores, oyentes